Como los reyes eméritos Juan Carlos y Sofía, la infanta Elena y Jaime de Marichalar tampoco se casaron enamorados. O al menos no con la pasión que se espera en dos personas que contraen matrimonio. Eran personas muy diferentes. La infanta Elena era más de estar por casa, mientras que a Jaime le encantaba el postureo y codearse con las altas esferas.
Nunca coincidían en sus opiniones, y eso no es precisamente la receta para un matrimonio exitoso. Y claro, tales diferencias no hacían más que desembocar en discusiones. Se dice que Jaime de Marichalar y su autoritarismo no le caían en gracia a la infanta Elena. Y que incluso la infanta estuvo a punto de no casarse. Pero por cosas del destino y de la alta sociedad, y las intervenciones de Juan Carlos, decidieron tirar para adelante.
Matrimonio destinado al fracaso
La historia siguió su curso, tuvieron hijos, pero ni eso pudo salvar el barco del naufragio. El temperamento de Marichalar se volvió más amargo, sobre todo después del ictus, y la infanta Elena ya no aguantaba más. Al final la infanta Elena decidió que ya había tenido suficiente, y aunque esperó a que se recuperase tal y como le había recomendado su padre, al final terminó “cesando la convivencia”.
Pero las diferencias no acabaron aquí. Mientras ella seguía obedeciendo las reglas de la Casa Real, el ex duque de Lugo se convirtió en el defensor número uno de Victoria Federica y Froilán. Su comportamiento generó más de una discusión entre Elena y su hermano Felipe, pero Marichalar no bajaba del burro.
Jaime de Marichalar le decía a la infanta Elena lo que tenía que ponerse
Con el tiempo han ido saliendo a la luz algunos de los entresijos que llevaron el matrimonio a la ruina. Entre otras cosas, mientras la iba alejando de su círculo más cercano. Y mientras tanto, Jaime de Marichalar quería dirigir hasta lo que tenía que ponerse. Por ejemplo, nada de faldas cortas, vaqueros o zapatillas deportivas. "¡Qué gusto, hija! Yo me pongo cualquier zapatilla y Jaime me mata. ¡No puedo ni llevarlas en casa!”, había dicho a una amiga en uno de los pocos encuentros que realizaba con los suyos, tal y como reveló esta fuente para Vanity Fair.
“Ella siempre había sido la infanta del pueblo llano. Pero desde que se casó fue perdiendo la espontaneidad, como la que mostraba cuando salía a cenar a cualquier tasca en vaqueros. Jaime, tal vez de manera involuntaria, la fue separando de su grupo de siempre. Él quería formar parte de la beautiful people, le gustaba la pasarela, se permitía frivolidades como ir en patinete por la calle Serrano, mientras ella quería llevar una vida más hogareña. De pronto tenía la agenda repleta de actos. Aparecía cada vez más a menudo vestida de alta costura. Guapísima y rompedora. Y empezó a olvidar cumpleaños, a faltar a encuentros... Antes estaba más atenta a los problemas ajenos y empezó a tener demasiados propios. Son ciclos naturales”, añadía esta amiga.