La relación entre la infanta Elena y Jaime de Marichalar estuvo lejos de ser idílica desde el principio. A diferencia de un cuento de hadas, su matrimonio se caracterizó por frecuentes discusiones, incluso el día de su boda. Ni siquiera la llegada de sus hijos, Froilán y VictoriaFederica, logró mejorar la situación. Por el contrario, los hijos no fortalecieron su relación, sino que la complicaron aún más. Han existido muchas discrepancias sobre la forma de educarlos.
A pesar de los deseos de la infanta Elena de divorciarse, el rey Juan Carlos I, conocedor de los entresijos matrimoniales, le aconsejó que aguantara. En aquel entonces, el divorcio aún estaba mal visto en la monarquía. Sin embargo, la situación se volvió insostenible, y la infanta Elena finalmente anunció su separación a sus padres.
Por desgracia, Marichalar sufrió un ictus, lo que pospuso temporalmente la decisión de divorcio. Cambió de planes temporalmente, dedicando su tiempo a cuidar de él. Pero una vez recuperado, la infanta tomó la determinación de poner fin a su matrimonio. Estaba decidida. El anuncio público de su "cese de convivencia" marcó el inicio de una relación cordial pero distante entre ambos. Y también un panorama sin precedentes en la familia real.
Los problemas de cama tuvieron mucho que ver en la separación de Jaime de Marichalar y la infanta Elena
Uno de los motivos del desencanto entre ellos fue la vida íntima de la pareja. Se dice que los gustos de Marichalar en la cama eran poco convencionales, mientras que la infanta Elena prefería un enfoque más tradicional y discreto. Esta disparidad de preferencias contribuyó al distanciamiento emocional entre ellos. Parece ser que Elena no respondía como deseaba Marichalar, al que le gustaba experimentar. Existía un abismo entre sus preferencias y Elena nunca fue de prestarse a la mayoría de prácticas.
Aunque Marichalar era visto como divertido y seductor, la infanta Elena nunca se sintió físicamente enamorada de él. La relación carecía de pasión, y la intimidad no era una experiencia frecuente ni satisfactoria para ninguno de los dos. Sobre todo para Jaime, que veía que sus esfuerzos por avivar la llama en la cama cañian en balde.