Vivimos en un mundo notablemente materialista, y es una ley de vida que el dinero es necesario para poder vivir de forma tranquila. Es un medio a través del cual podemos adquirir todo tipo de bienes, servicios, productos, y un largo etcétera, pero a pesar de esto siempre se dice poéticamente que “hay cosas que el dinero no puede comprar”.
Podemos decir que es cierto, pero en este caso es indudable que el dinero en grandes cantidades es un requisito indispensable para que personas como Carlos III puedan llevar a cabo sus “fechorías”.
Tácticas en común entre reyes, comprar el silencio de quien gusten
En toda su historia ha quedado claro que la realeza es una institución que vive de su imagen, ya que es una parte fundamental de su integridad e indispensable para mantener su aceptación a lo largo del tiempo. Por este mismo motivo no es para nada descabellado pensar en que uno o dos secretos tendrán que dejarse bajo un buen par de candados para evitar escándalos innecesarios o detalles inoportunos.
Para ejemplos tenemos a Juan Carlos I, quien a causa de su lista de aproximadamente 5.000 amantes sin lugar a dudas habrá derrochado su fortuna personal (y el dinero público) para pagar el silencio de decenas de cientos de sus amigas especiales. No solo con dinero sino con costosos “obsequios” siempre que alguna tuviera algún problema para mantenerse en silencio, como ya hemos visto a través de los años con algunas de sus amantes más resaltantes.
El hijo de Isabel II no se queda atrás, no tiene una lista de amantes tan extensa ni de lejos, pero también recurre a su patrimonio para resolver algunos problemas que pueden convertirse en un dolor de cabeza más adelante, como lo que ocurre con una persona muy cercana a la fallecida Isabel II, Angela Kelly.
Una casa a cambio de un acuerdo de confidencialidad
Generalmente los de la realeza no tienen fama de ser generosos, pero sí se nota cuando hay algún interés detrás de algún “obsequio”. Es lo que ocurrió con la diseñadora de modas que trabajó con la anterior reina desde 1993, fue la asistente personal y modista de Isabel II. Inevitablemente se convirtió en algo más que la mano derecha de la reina, en una amiga íntima que seguramente ha compartido montones de momentos de todo tipo, es por eso que se convirtió en una inconveniencia para Carlos III, y lo resolvió de una manera bastante ostentosa.
Angela Kelly fue realojada por el actual rey a una propiedad en Sheffield, por lo que pasó de estar alejada de Windsor a vivir mucho más cerca. A su vez tuvo que firmar un acuerdo de confidencialidad que le previene de seguir contando sus experiencias con Isabel II, pero vale la pena destacar que la modista está escribiendo libros relacionados con esto de los cuales se espera la publicación de un tercero, pero tomando en cuenta el acuerdo de confidencialidad, quizá nunca llegue a ver la luz del día.